escritor ó poeta. Ya él lo sabía. «En otros países — exclamaba con su habitual buen humor en cierta ocasión — para llegar á los primeros puestos de la nación hay que ser político eminente, hombre de ciencia; en España hay que empezar por hacer versos. El que no sabe hacer versos está perdido. ¡Espartero cayó por eso!»
Una noche en el saloncillo de los Bufos Arderíus reinaba grande animación. Por aquellos días se había sublevado Prim, y se decía que había escrito un programa político, pero nadie le conocía. Llegó un periodista y aseguró que él lo había recibido ya y que iba á ofrecer á los concurrentes la primeur de su lectura.
En aquel momento Barrutia se marchaba, sin dar, al parecer, la menor importancia al asunto.
— Quédese usted, D, Joaquín — dijo el periodista; — conocerá usted el programa de Prim.
— ¡Le conozco ! (Y siguió andando.)
— No puede ser.
— Le conozco.
— Le digo á usted que no puede ser, porque éste es el primero que ha llegado á Madrid, y yo no se lo he enseñado á nadie.
Y Barrutia, sin cesar de andar ni volver siquiera la cabeza, repitió ya lejos:
— ¡Le conozco! ¡Desde el año de 23 todos dicen lo mismo!
Sus opiniones sobre la mujer en general eran duras,