DE CECILIA 103
dos y nobles y que quizás es el único que da la dicha verdadera.
Margarita no amaba á su marido porque éste, rudo y grosero, la trataba de tal modo que ella no creía en su cariño ó á lo me- nos lo consideraba una pasión material que hería sus sentimientos más delicados. Y por eso mismo, haciendo involuntaria compara- ción entre los dos hombres que la habían amado, su alma volaba á Eduardo, mientras el deber y la triste realidad la retenían junto al que había jurado cariño al pie de los al- tares,
Dos años más transcurrieron así; dos años de abnegados sufrimientos por parte de la pobre joven, que soportaba sin quejarse la cruz que la Providencia cargaba sobre sus débiles hombros. Más de una vez la idea de separarse de su marido cruzó por su imagi- nación; pero dos consideraciones la detuvie- ron. Primero que tendría que separarse de Cecilia 6 separarla del que, no por ser un esposo tirano, dejaba de ser un padre exce- lente; y segundo el recuerdo de los benefi- cios que debía su familia á don Pedro.
Comprendió que aquella cadena sólo la muerte podía desatarla... y se resignó.
Sus hermanos Rodolfo y Julieta se casaron: y en aquellos modestos hogares, que el amor había formado, la pobre Margarita aprendió