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102 EL PADRINO

fortunada joven amaba con frenesí á Eduardo?... Sin temor de equivocarme diré que no: sólo podía llegar á amarle.

Aquel cariño que no tenía más perspectiva que una criminal correspondencia ó un in- cíerto porvenir, no era posible qne se revis- tiera con caracteres de pasión en un alma pura y sensata como la de la señora de Real.

A ser libre, hubiera amado con toda su alma á su compañero de infancia, casada, com- prendía que cada pensamiento que le dedi- caba era una falta y procuraba apartarlo de su imaginación. Así que aquel amor, tan combatido, no podía desarrollarse y sólo existía en germen; germen dispuesto sin duda á convertirse en lozana planta, si llegaba un día en que pudiera ostentarse inmaculado á los ojos de Dios y de los hombres.

Margarita solía pensar en Eduardo por causa de la orfandad dolorosa de su alma; aquella mujer joven y tierna, que era esposa y madre sin haber conocido lo más bello de la existencia: el amor, tenía que volverse á él por una justa ley de la naturaleza. A ser su esposo un hombre educado y bueno, Mar- garita á pesar de la diferencia de edades lo hubiera querido; quizás no con esa pasión avasalladora, que es á la vez paraíso é in- fierno de las almas, sino con ese afecto tran- quilo que inspiran siempre los seres delica-