DE CECILIA 49
al suelo, á no sostenerlo el muro contra el cual se apoyaba.
Se pasó la mano por la frente y la retiró húmeda y helada; pero poco á poco fué reac- cionando y miró á su alrededor, como el que despierta de una pesadilla horrorosa.
Los novios se habían ido ya y el templo iba quedando vacío; los amigos de Eduardo no estaban tampoco allí, pero él no se dió cuenta si lo habían invitado para irse con ellos ó bien olvidado en la confusión de la salida.
Se felicitó de encontrarse solo; llamó en su auxilio á su voluntad, momentos antes des- falleciente, y salió del templo, echando á an- dar lentamente.
El aire libre despejó algo su cerebro y pudo reflexionar.
—Si no trato de ser hombre, —se dijo — creo que voy á volverme loco. ¡Valor! he- mos nacido para sufrir.
Ni por un instante pensó en volver al lado de Laura, como le había prometido, impor- tándosele muy poco lo que la joven pudiera imaginar de su conducta. Subió al tranvía que lo llevó directamente á su domicilio y una vez en él se acostó en seguida, no para dormir sino porque no podia tenerse en pie rendido como estaba por tantas y tan crueles emociones.