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90 EL PADRINO

¡Ah! Si me hubieras dicho enseguida el ob- jeto de tu visita, ¡cuántas cosas podrían ha- berse evitado !

— Sólo una desgracia tenemos que lamen- tar por mi imprudencia, Margarita: la ocu- rrida á tu pobre hija. Lo demás olvídalo, si quieres; pero no te lo reproches. En nada hemos faltado; somos dos almas fuertes que cumpliremos el rudo deber hasta que el cielo disponga otra cosa. No creas que quiero de- cir con esto que me amas ni me atrevo á pedírtelo, solo te ruego que no guardes un mal recuerdo de mí. Ya no turbaré más tu reposo, voy á alejarme hasta el día en que podamos vernos sin remordimientos, en esta vida ó en la otra. ¡Adiós! — concluyó conmo- vido hasta un punto indecible y estrechando suavemente la mano que la joven le tendía, sin mirarle, por no delatar su dolor -- hasta un día más feliz ó hasta la eternidad, Marga- rita !...

— ¡Adiós!--murmuró ella señalando el cielo con la mano. :

Sus almas se unieron en una mirada de su- prema despedida y un momento después el rumor de un carruaje anunciaba á Margarita que Eduardo partía.

Entonces acusándose como de una culpa por haberle escuchado, temblorosa porque