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DE CECILIA 97

ella es ir contra las leyes de la naturaleza, Eres joven, inteligente, lleno de vida, tienes el derecho y el deber de mirar hacia el por- venir con ojos menos sombríos.

— ¡Eres tú quien me lo dice!...

—¡Yo, síl Es extraño ¿verdad? que tenga que infundirte valor quien acaba de perder á la dulce y bondadosa compañera de su vida, á quien en plena felicidad le son arrebatadas no sólo la dicha largo tiempo esperada de ser padre, sino la ternura de la esposa...

Mirame. Eduardo; mira á un ser que lo ha perdido todo y ruega á Dios no te depare nunca un dolor más grande que el que sufres hoy.

—«¿Acaso crees que no es mi sufrimiento mil veces mayor que el tuyo? Tú has sido durante algunos años el dueño feliz é idola- trado de la mujer que amabas; has gozado continuamente de su presencia, de sus dulces caricias... Y ahora, al arrebatártela la muerte, te queda á lo menos el consuelo de saber que ningún otro hombre la posee y el re- cuerdo de tus horas de dicha. Pero yo, que jamás he oído de sus labios una palabra de amor, que la he visto esposa de otro, y, en el momento en que comprendo me ama, voy á renunciar á ella... Y ¿por qué? Por cum- plir una palabra dada en un momento de exaltación. Mira, en estos instantes me digo

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