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V


La desaparición de José dejó á Carlos dueño de Dolores. El joven payador habría sido un rival poderoso para el enamorado primo; pero, al alejarse del lado de la mujer á quien amaba, sacrificando sus pasiones á la altivez de su carácter, su ausencia hacía imposible toda lucha, y dejaba para otro la felicidad á que él no podía aspirar. Muchas lágrimas costó á Dolores aquel destierro voluntario de su amante; nada le podía distraer de su recuerdo, tenazmente arraigado por el día á todos sus pensamientos, y por la noche á todos sus sueños. Le buscaba á todas horas, mirando hacia el campo solitario, esperando en vano descubrirle, perdido al término de algún camino, y reconocerle por su gallarda postura. José no volvió á aparecer por aquellos parajes.

El tiempo,—que todo lo aplasta y todo lo mata, sin respetar los grandes dolores ni las pasiones más fuertes,— el tiempo fué para Dolores un bálsamo milagroso, contra la voluntad misma de la infeliz mujer, que habría querido llorar y lamentar eternamente la ausencia de su amor. El desesperado dolor de los primeros días fué, poco á poco, transformándose, hasta convertirse en tristeza,—una tristeza sin lágrimas, una melancolía serena, en que había quizás algo de resignación mezclado á mucho abatimiento.

En esas circunstancias, reunida la familia, designó