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—Bah! bah! bah! Saliste medio dormida, y has soñado por el camino. Basta. de conversación y vé á traer el mate!

Fortunata volvió á salir al patio, y otra vez volvió á entrar al comedor, más sobresaltada que nunca, diciendo que el perro estaba todavía allí.

—Échalo á la calle, mujer! ¿Quieres que yo me levante?—exclamó la señora.

—Tengo miedo, patronal—murmuró Fortunata, respirando como el fuelle de una fragua.

—Iré yo!—exclamó el dueño de casa.

Y dejando su asiento, salió al patio, armándose de un grueso bastón.

Pero no había dado dos pasos, cuando la presencia imponente del perro lo detuvo, haciendo flaquear su resolución.

Era verdaderamente un perro enorme, negro, con unos ojos grandes y rojos, mirando fijamente hacia la puerta del comedor.

Estaba inmóvil.

Parecía que ni siquiera respirase.

Ante la impresión que la presencia del perro había causado en el hombre, no había que censurar los aspavientos de Fortunata, que, aunque gorda, era débil mujer.

La señora se asomó también á ver el perro, y le tuvo tanto miedo como su marido y su sirviente.

El perro se hallaba junto á una tina de agua colocada al lado del brocal del pozo.

Permaneció allí algunos minutos y desapareció.