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Seguía el empleado interrogando á padre é hija, cuando llegó el jefe, y entrando á su despacho, saludó fria y cortesmente á los que en él se hallaban.

El padre de Leonor se puso de pié, la niña inclinó la cabeza, y el subalterno, adelantándose al superior, expuso en breves palabras el asunto de que se trataba.

—Este señor,—dijo,—se presenta manifestando que su hija—esa señorita—ha hecho ayer una muerte, en la persona de un paisano desconocido.

Miró el jefe detenida y curiosamente al viejo y á la niña, y dirigiéndose al primero:

—¿Es eso?—preguntó.

—Sí, señor!—respondió el padre de Leonor·—Desgraciadamente es así.

—Entonces, lo que queda que hacer es simplemente detener presa á la joven, y levantar el sumario para la aclaracion del hecho.

—Señor!—esclamó entonces la joven poniéndose de pie y levantando audazmente su preciosa cabeza, —yo he muerto á un hombre. pero no soy asesina. No debo entrar á un calabozo. No soy criminal ni he huido de la justicia. Por el contrario, me presento á ella, no para que me encierre, sinó para que me ampare.

—Usted ha cometido un crimen,—replicó el jefe,—se presenta y lo confiesa .... Es el trámite.... Hasta que el juez absuelva ó condene.

El padre intervino, suplicando por su hija, y en atención: 1º, á que el hecho de presentarse daba cierta