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La policía continuó sus pesquisas, sin conseguir la menor información.

Pero, comprendió que no debía flaquear ante el obstáculo, y se lanzó con mayor brío en persecución del ignorado criminal.

Siguiendo, con grandes dificultades, la huella de sangre, descendió á la playa y la recorrió toda, desde la Aduana, hasta el puerto de la Boca.

Era más que probable que el criminal habría ido á buscar asilo á los pajonales.

Entre esos pajonales volvieron á encontrarse algunas manchas más.

Era de suponerse, pues, que el victimario se llevaba á la víctima para esconderla por allí, ó arrojarla al río.

Las lavanderas, que ya á esa hora poblaban las costas de la playa, cantando y apaleando ropa, se alborotaron como un avispero.

¿Qué será?

¿Qué no será?

El caso es que ellas también se permitieron comentar el hecho, sin que esos comentarios pudieran arrojar más luz sobre él.

Siguiendo la nueva huella encontrada, cabalgando á galope tendido, por entre los pastos y sobre la resaca que las olas arrojan á la costa, los vigilantes desesperaban ya de dar con el supuesto criminal, y se resolvían á abandonar aquellos parajes, cuando, reanudado el hilo de la pesquisa, se dió con la víctima que había dejado la mancha de sangre en la puerta de la casa de la calle de Cochabamba.