dad natural y perfecta: la que determina, por sobre accidentales diferencias de ética o de estética, el amor constante de la verdad, la bondad y al belleza.
El poeta que en «Perlas Negras» expresara la tortura mistica de su ser atormentado por la duda y sediento de certidumbres religiosas; que en los «Poemas» dijera, liberéndose ya un tanto de su anterior pesimismo, su amor por la vida, dolorosa y adorable; que en «La Hermana Agua» entonara, con acento digno del de Asis, su alabanza panteista de la naturalzeza y que cantara, en las ténues estrofas de «En voz baja», momentos diversos y contradictorios de su yo más intimo, comenzó en «Serenidad», — titulo que sugeria la apacible calma de quien llega al fin de una jornada despojado ya de vanidad y de temor, — a adoptar la posición definitiva y más caracteristica de su espiritu, frente al espectáculo de la