vida y al misterio de la muerte. Su alma fué desde entonces a modo de un espejo donde las cosas se reflejaban sin turbar la tersura de su superficie, como se copian los árboles y las nubes, el azul y las estrellas, en la linfa de un tranquilo lago.
No desdeñaba el comercio con la realidad ni se divorciaba de la vida sentimental. No es insensibilidad, ni quietismo indiferente, ni egoista ensimismamiento lo que a partir de entonces, traducirian sus últimos poemas, reunidos en «Elevación», en «El Estanque de los lotos» o en ese precioso breviario titulado «Plenitud», cuyas máximas, vaciadas en una prosa lapidaria y diáfana, recuerdan, por su confortante influencia moral y por su noble dignidad viril, los «pensamientos» estoicos de los Epicteto y los Marco Aurelio.
Su espiritu, desdeñando las cosas efímeras y engañosas, se hallaba más compe-