pietarios. No hay propiedad más segura que la que está sin cercas ni tapias, al alcance de todo el mundo. El hombre nace bueno, es naturalmente bueno; la sociedad le malea y pervierte...
–¡Cállate, hombre –exclamó doña Ermelinda–, que no me dejas oír cantar al canario! ¿No le oye usted, don Augusto?, ¡es un encanto oírle! Y cuando esta se ponía a aprender sus lecciones de piano había que oírle a un canario que entonces tuve: se excitaba, y cuanto más esta daba a las teclas, más él a cantar y más cantar. Como que se murió de eso, reventado...
–¡Hasta los animales domésticos se contagian de nuestros vicios! –agregó el tío–. ¡Hasta a los animales que con nosotros conviven les hemos arrancado del santo estado de naturaleza! ¡Oh, humanidad, humanidad!
–Y ¿ha tenido usted que esperar mucho, don Augusto? –preguntó la tía.
–Oh, no, señora, no, nada, nada, un momento, un relámpago... por lo menos así me lo pareció...
–¡Ah, vamos!
–Sí, tía, muy poco tiempo, pero lo bastante para que se haya repuesto de una ligera indisposición que trajo de la calle...
–¿Cómo?
–Oh, no fue nada, señora, nada...