–¿Cómo según y conforme? Habla.
–Casarse es muy fácil; pero no es tan fácil ser casado.
–Eso pertenece a la sabiduría popular, fuente de...
–Y lo que es la que haya de ser mujer del señorito... –agregó Liduvina, temiendo que Augusto les espetara todo un monólogo.
–¿Qué? La que haya de ser mi mujer, ¿qué? Vamos, ¡dilo, dilo, mujer, dilo!
–Pues que como el señorito es tan bueno...
–Anda, dilo, mujer, dilo de una vez.
–Ya recuerda lo que decía la señora...
A la piadosa mención de su madre Augusto dejó las cartas sobre la mesa, y su espíritu quedó un momento en suspenso. Muchas veces su madre, aquella dulce señora, hija del infortunio, le había dicho: « Yo no puedo vivir ya mucho, hijo mío; tu padre me está llamando. Acaso le hago a él más falta que a ti. Así que yo me vaya de este mundo y te quedes solo en él tú cásate, cásate cuanto antes. Trae a esta casa dueña y señora. Y no es que yo no tenga confianza en nuestros antiguos y fieles servidores, no. Pero trae ama a la casa. Y que sea ama de casa, hijo mío, que sea ama. Hazla dueña de tu corazón, de tu bolsa, de tu despensa, de tu cocina y de tus resoluciones. Busca una mujer de gobierno, que sepa querer... y gobernarte.»