habla; mira que se trata del porvenir y de la dicha de tu amo...
–Es buena muchacha, sí, buena muchacha...
–Vamos, habla, Liduvina... ¡por la memoria de mi madre!...
–Acuérdese de sus consejos, señorito. Pero ¿quién anda en la cocina? ¿A que es el gato?...
Y levantándose la criada, se salió.
–¿Y qué, acabamos? –preguntó Domingo.
–Es verdad, Domingo, no podemos dejar así la partida. ¿A quién le toca salir?
–A usted, señorito.
–Pues allá va.
Y perdió también la partida, por distraído.
«Pues señor –se decía al retirarse a su cuarto–, todos la conocen; todos la conocen menos yo. He aquí la obra del amor. ¿Y mañana? ¿Qué haré mañana? ¡Bah! A cada día bástele su cuidado. Ahora, a la cama.»
Y se acostó.
Y ya en la cama siguió diciéndose: «Pues el caso es que he estado aburriéndome sin saberlo, y dos mortales años... desde que murió mi santa madre... Sí, sí, hay un aburrimiento inconsciente. Casi todos los hombres nos aburrimos inconscientemente. El aburrimiento es el fondo de la vida, y el aburrimiento es el que ha inventado los juegos, las distracciones, las novelas y el amor. La niebla de la vida rezuma un dulce aburrimiento, licor agridulce. Todos