CARTA V
¡Oh! convengo con vos, marqués; una mujer que no tiene .nás que humor y caprichos, es de un trato bien espinoso y que cansa al fin. Convengo aun en que esas desigualdades deben hacer del amor una larga querella, una tempestad continua. No es por tanto á una persona de este carácter á quien os acon- sejo uniros. Vais siempre más lejos de mis ideas. No os he pintado en mi última carta sino una mujer amable y que se hace aun más por un matiz de des- igualdad, y vos me habláis de una mujer huraña que no dice más que cosas desagradables. Qué lejos esta- mos de la verdad. Cuando he hablado de humor, he entendido únicamente aquel que da un gusto vio- lento, inquieto y un poco celoso; aquel, en una palabra, que nace del amor mismo, y no de la dureza natural que se llama ordinariamente mal humor. Cuando es el amor quien hace á una mujer injusta, cuando sólo él causa sus impertinencias, cuál será el amante poco delicado para quejarse. Esas mismas impertinencias no prueban la violencia de la pasión. Por mi parte, siempre creí que todo el que sabe contenerse en los justos límites no estaba más que medianamente ena-