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AL MARQUÉS DB SÉVIGNE 133

con esas palabras. ¿Queréis que os diga el verdadero valor de sus frases? Está impresionada é intere- sada por vuestra pasión, pero las quejas y las desgra- cias de sus amigas la han convencido de que las amorosas protestas de los hombres casi siempre son falsas. No concibo lo injustas que son en este res- pecto; porque yo, que no gusto de halagarles, estoy segura de que en estas ocasiones casi siempre son sinceros. Se enamoran de una mujer, es decir, sienten deseos de poseerla; les seduce el cuadro encantador que de esta posesión se forjan; piensan que las delicias que imaginan nunca terminarán; creen que el fuego que les devora no se apagará ni debilitará; es una cosa que les parece imposible. Nos juran con la mejor fe del mundo que nunca dejarán de amar- nos; dudar de ello sería inferirles una injuria mortal. Sin embargo, prometen más de lo que pueden cum- plir. No ven que su corazón no puede siempre estar lleno con el mismo objeto. Cesan de amar sin saber por qué. Y son hasta lo suficientemente buenos para tener escrúpulos de su sufrimiento. Dicen por espacio de mucho tiempo que todavía aman, sin ser ya verdad y se baten en retirada. Después de mucho dudar ceden al disgusto y son tan inconstantes como enamo- rados antes, con la misma buena fe en su incons- tancia de ahora como en su amor de antes. Nada más sencillo. La fermentación que un amor naciente excitada en sus corazones era causa del encanto que las seducía; el encanto se ha disipado y al encanto sucede la sangre fria, ¿qué podemos imputarles? Contaban con la posibilidad de cumplir su palabra, ¡Cuántas mujeres se felicitan de la versatilidad de los hombres, porque por ella dan libre carrera á su ligereza 1