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CARTA XXIII

¿Me lo perdonaréis, marqués? Lo que os aflige me ha hecho reir. Tomáis las cosas muy en serio. Algunas imprudencias, decís, os han atraído la cólera de la condesa y vuestra inquietud es extraordinaria. Habéis besado su mano con transporte que ha notado todo el mundo y ella os ha reprochado públicamente la indiscreción. Las preferencias marcadas hacia ella — ofensivas siempre para las demás mujeres — os han expuesto á las picantes burlas de su cuñada, la marquesa. ¡ Qué terribles acontecimientos ! ¿Sois tan simple que os creéis perdido sin remedio por un enfado aparente y no habéis sospechado que interior- mente estáis justificado? Á mi toca convenceros y para esto me veo obligada á revelaros extraños mis- terios á cuenta nuestra. Después de todo, no voy á hacer la apología de mi sexo. Os debo franqueza; eso he prometido y eso hago.

Una mujer está continuamente agitada por dos inconciliables pasiones : el deseo de agradar y el temor al deshonor. Por una parte ansiamos viva- mente que.nuestros encantos pordzucan efecto; pre ocupadas sin cesar por el afán de notoriedad, deseando