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CARTA XLIII

¡Nunca pude esperar lo que me decís! ¿Mi celo por vos no me ha atraído más que reproches? Com- parto con la condesa el humor que os dan sus rigores. Si lo que me decís tuviera fundamento, nada sería tan mortificante para mi como el tono irónico con que exaltáis mis principios. Para hacerme respon- sable de lo que os ha ocurrido, ¿habéis podido pensar que mi objeto al escribiros haya sido daros lecciones de seducción? ¿No distinguís la diferencia que existe entre enseñaros á agradar y excitaros á seducir? Os he dicho los motivos que determinaban á las mujeres al amor; ¿pero os he dicho por esto que fuesen fáciles de vencer? ¿Os he dicho que las atacaseis por los sentidos, suponiéndolas faltas de delicadeza? No lo creo. Cuando vuestra inexperiencia y vuestra timidez podían haceros representar delante de las mujeres un papel ridículo, os he mostrado el perjuicio que esos defectos os iban á caúsar en el mundo. Os he aconsejado tener más confianza á fin de llevaros insensiblemente á ese atrevimiento noble y respetuoso que debéis usar con las damas. Pero cuando he visto que vuestras pretensiones iban dema- siado lejos y que podian herir la reputación de la