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DE NINÓN DE LENCLÓS 59

pues, los sentimientos que habéis debido inspirarme. M. de Gersay, vuestro padre, por un exceso de deli- cadeza y de cariño por vos, quería que ignoraseis el nombre de vuestra madre. ¡ Ah, hijo mío! ¡Por qué fatalidad acabas de arrancarme el secreto! Ya sabes á qué grado de oprobio te han llevado las terribles circunstancias de la vida; quería ocultar eso á tu delicadeza; no lo has permitido; reconoce á tu madre, hijo mío, perdonándola el haberte dado la vida.

Ninón, llorando abrazaba con fuerza al caballero, él parecia anonadado por lo que acababa de oir. Pá- lido, tembloroso, inanimado, apenas pronuncia una vez el dulce nombre de madre. Él mismo se causa horror, no siente el grito imperioso de la naturaleza, se abrasa en su criminal ardor y siente los movi- mientos de su corazón que palpita con fuerza. Le- vanta los ojos hacia su madre, luego mira al suelo, suspira, se levanta, se desprende de sus brazos y huye con precipitación. Ante su vista extraviada se ofrece un jardin y en la espesura del primer bosque- cillo que encuentra, lleva la mano á la cruz de la espada, la mira sin el menor estremecimiento y pre- cipitándose sobre ella, cae en la sangre que á bor- botones arroja su herida.

¡ Qué horrible espectáculo para Ninón que seguía de cerca á su hijo y lo ve sumirse en una muerte es- pantosa! La suerte cruel quería añadir á su des- gracia la horrible circunstancia de verle expirar. Sus ojos apagados se volvieron hacia ella y “Ninón leyó en ellos el amor. El caballero moribundo parecía querer hablarla y los esfuerzos que hizo para pro- nunciar algunas palabras precipitaron su último sus- piro (1).

(1) Le Sage, en su novela Gil Blas, tomo tercero, ha pin-