y amartilló su revólver; pero, cambiando de idea, dejó el arma y fué á abrir él mismo en el momento que acudían los criados.
Tres guardias le cogieron al instante.
—Dése usted preso en nombre del rey!-dijo el sargento.
—Por qué?
—Ya se lo dirán á usted.
El joven reflexionó un momento, y no queriendo tal vez que los soldados descubriesen sus preparativos de huída, cogió el sombrero y dijo: Estoy á su disposición!
—Si usted promete no escaparse, no le maniataremos; el alférez le hace esta gracia; pero si hace la menor intención de huir le levantaremos la tapa de los seso8.
que había estado rondando por el pueblo á fin de adquirir noticias y por los alrededores de la casa de Ibarra, al ver salir á éste, conducido por los guardias, saltó la tapia, trepó por la ventana y penetró en el gabinete.
Elías vió los papeles, los libros, las armas y los saquitos que contenían el dinero y las alhajas. Reconstituyó en su imaginación lo que allí había pasado, y viendo tantos papeles que podían comprometer pensó recogerlos y enterrarlos.
Lanzó una mirada al jardín y á la luz de la luna vió relucir las bayonetas y capacetes de dos guardias civiles que venían hacia la casa.
Entonces tomó una resolución: amontonó ropas y papel en medio del gabinete, vació encima una lámpara de petróleo y prendió fuego. Ciñóse precipitadamente las armas, eogió los dos sacos de dinero y saltó por la ventana.
Ya era tiempo; los guardias civiles penetraban en la casa.