plantes y violencias. Inclinabáse más bien á los clásicos refinamientos inquisitoriales, á torturar con suavidad, con arte, usando instrumentos raros, inventados por hombres perversos. Aquel hombre había nacido para fraile ó para esbirro. Lo primero era menos expuesto, y por eso había abrazado el estado eclesiástico. Pertenecía á la infame ralea de seres cobardes que apalean á hombres maniatados é indefensos. Era de los que saben arrastrarse y fingir humildad para luego poner el pie sobre el cuello de sus enemigos. ¡No había más que negruras en su alma! Su mayor placer hubiera sido dssempeñar el papel de verdugo ejecutando un reo de muerte.
Sin duda alguna habría sentido entonces deliciosos espasmos. Padecía esa clase de erotismo que siente el mayor goce en los actos genésicos acompañados de las torturas de la carne. ¡Pobre María Clara, si algún día llegaba á caer en sus manos!...
El alférez, por su parte, también representaba á las mil mara villas su papel de soldadote brutal.
Se afilaba los enormes bigotes, lanzaba terribles miradas con sus vidriosos ojos de borracho, y carraspeaba á menudo en son de amenaza.
Entre dos soldados salió una figura sombría, Társilo, el hermano de Bruno. Llevaba las manos sujetas con esposas, y sus ropas estaban desgarradas. Sus ojos se fijaron insolemtemente en la mujer del alférez.
—Este es el que se defendió con más bravura y mandó huir á sus compañeros-dijo el alférez al padre Salví.
Detrás salió otro preso lamentándose y llorando como un niño: cojeaba al andar y tenía el pantalón manchado de sangre.
—¡Misericordia, señor, misericordia!-gritaba el infeliz.