de un derecho que producia con corta diferencia un triésimo de darico; y como tanto el primer ministro de Indias como el nuestio sustentáron con dignidad los derechos de su amo respectivo, se inflamáron los ánimos, y saliéron á campaña de cada parte un millon de soldados. Cada año es necesario reclutar estos exércitos con quatrocientos mil hombres. Crecen las muertes, los incendios, las ruinas y las talas; padece el universo, y sigue la enemiga. Nuestro ministro y el de Indias protestan con mucha freqüencia que no les mueve otra cosa que la felicidad del linage humano; y á cada protesta se destruye alguna ciudad, ó se asuelan algunas provincias.
Habiéndose al otro dia esparcido la voz de que se iba á firmar la paz, dieron el general indio y el persa á toda priesa la batalla, que fue sangrienta. Vió Babuco todos los yerros y todas las abominaciones que se cometiéron, y fué testigo de las maquinaciones de los principales sátrapas, que hiciéron quanto estuvo en su mano para que la perdiera su general: vió oficiales muertos por su propia tropa; vió soldados que acababan de matar á sus moribundos camaradas, por quitarles algunos andrajos ensangrentados, rotos y cubiertos de inmundicia; entró en los hospitales adonde llevaban á los heridos, que perecían casi todos por la inhumana negligencia de los mismos que pagaba á peso de oro el rey de Persia para que los socorriesen. ¿Son hombres estos, exclamaba Babuco,