bien veis que si se acreditaran semejantes opiniones, no podria subsistir la república; por eso es menester leyes severas para poner freno á escándalos tan horrorosos. Díxome luego suspirando un político profundo: ¡Ha, señor! este buen tiempo no ha de durar siempre; este pueblo se muestra tan zeloso por mero acaso: su verdadero carácter se inclina al abominable dogma de la tolerancia, y un dia le abrazará; cosa que me estremece. Yo empero, miéntras no llegaba esta fatal época de indulgencia y moderacion, dexé á toda priesa un pais donde ningun contento templaba su severidad, y me embarqué para España.
Estaba la corte en Sevilla, habian llegado los galeones, y en la mas hermosa estacion del año todo respiraba abundancia y alegría. Al cabo de una calle de naranjos y limones, ví un palenque inmenso rodeado de gradas cubiertas de preciosos texidos. Baxo un soberbio dosel estaban el rey, la reyna, los infantes y las infantas. Enfrente de la augusta familia habia un trono todavía mas alto. Dixe, volviéndome á uno de mis compañeros de viage: Como no esté aquel trono reservado para Dios, no sé para quien pueda ser. Oyó un grave Español estas imprudentes palabras, y me saliéron caras. Yo me figuraba que íbamos á ver un torneo ó una corrida de toros, quando subió el Inquisidor general al trono, y desde él bendixo al monarca y al pueblo.