Página:Novelas de Voltaire 1.djvu/155

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jesuitas por una parte, y los reverendos padres domínicos por otra, decian que ganaban almas para el cielo, sin que nadie lo advirtiese. Nunca se han visto convertidores mas zelosos; unos á otros se perseguían con el mas fervoroso ahinco, escribian á Roma tomos enteros de calumnias, y se trataban de infieles y prevaricadores por un alma. Habia entre ellos una horrorosa disputa acerca del modo de hacer la cortesía; los jesuitas querian que los Chinos saludaran á sus padres y madres á la moda de la China, y los domínicos que fuera á la moda de Roma. Sucedióme que los jesuítas creyéron que yo era un domínico, y le dixéron á Su Magestad Tártara que era espía del Papa. Dió comision el consejo supremo á un primer mandarín para que me arrestara; el qual mandó á un alguacil, que tenia á sus órdenes quatro corchetes, que me prendiesen, y me atasen con toda ceremonia. Conduxéronme, despues de ciento y quarenta genuflexîones, ante Su Magestad, que me preguntó si era yo espía del Papa, y si era cierto que hubiese de venir este príncipe en persona á destronarle. Respondíle que el Papa era un clérigo de mas de setenta años; que distaban sus estados mas de quatro mil leguas de los de su Sacra Magestad Tártaro-China; que su exército era de dos mil soldados que montaban la guardia con un para-aguas; que no destronaba á nadie, y que podia Su Magestad dormir sin miedo. Esta fué la ménos fatal aventura de mi