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Página:Novelas de Voltaire 1.djvu/168

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MICROMEGAS,

ticas, quando la dama del Saturnino, que lo supo, le vino á dar amargas quejas. Era esta una morenita muy agraciada, que no tenia mas que mil y quinientas varas de estatura, pero que con sus gracias reparaba lo chico de su cuerpo. ¡Ha cruel! exclamó, despues que te he resistido mil y quinientos años, quando apénas me habia rendido, no habiendo pasado arriba de cien años en tus brazos, ¡me abandonas por irte á viajar con un gigante del otro mundo! Anda, que no eres mas que un curioso, y nunca has estado enamorado; que si fueras Saturnino legítimo, mas constante serias. ¿Adonde vas? ¿qué quieres? ménos errantes son que tú nuestras cinco lunas, y ménos mudable nuestro anulo. Esto se acabó; nunca mas he de querer. Abrazóla el filósofo, lloró con ella, puesto que filósofo; y la dama, despues de haberse desmayado, se fué á consolar con un petimetre.

Partiéronse nuestros dos curiosos, y saltáron primero al anulo que encontráron muy aplastado, como lo ha adivinado un ilustre habitante de nuestro glóbulo; y desde allí anduviéron de luna en luna. Pasó un cometa por junto á la última, y se tiráron á él con sus sirvientes y sus instrumentos. Apénas hubiéron andado ciento y cincuenta millones de leguas, se topáron con los satélites de Júpiter. Apeáronse en este planeta, donde se detuviéron un año, y aprendiéron secretos muy curiosos,