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MICROMEGAS,

mas alta que las nubes; y nuestros filósofos le plantáron un árbol muy grande en cierto sitio que Torres ó Quevedo hubiera nombrado por su nombre, pero que yo no me atrevo á mentar, por el mucho respeto que tengo á las damas; y luego por una serie de triángulos, conexôs unos con otros, coligiéron que la persona que median era un mancebito de ciento y veinte mil piés de rey.

Prorumpió entónces Micromegas en estas razones: Ya veo que nunca se han de juzgar las cosas por su aparente magnitud. O Dios, que diste la inteligencia á unas substancias que tan despreciables parecen, lo infinitamente pequeño no cuesta mas á tu omnipotencia que lo infinitamente grande; y si es dable que haya otros seres mas chicos que estos, acaso tendrán una inteligencia superior á la de aquellos inmensos animales que he visto en el cielo, y que con un pié cubririan el globo entero donde ahora me encuentro.

Respondióle uno de los filósofos que bien podia creer, sin que le quedase duda, que habia seres inteligentes mucho mas chicos que el hombre, y le contó, no las fábulas que nos ha dexado Virgilio sobre las abejas, sino lo que Swammerdam ha descubierto, y lo que ha disecado Reaumur. Instruyóle luego de que hay animales que son, con respecto á las abejas, lo que son las abejas con respecto al hombre, y lo que era el Sirio propio con respecto á aquellos