vuestra alma, y cómo se forman vuestras ideas. Los filósofos habláron todos á la par, como ántes, pero todos fuéron de distinto parecer. Citó el mas anciano á Aristóteles, otro pronunció el nombre de Descartes, este el de Malebranche, aquel el de Leibnitz, y el de Locke otro. El anciano peripatético dixo con toda confianza: El alma es una entelechîa, una razon en virtud de la qual tiene la potencia de ser lo que es; así lo dice expresamente Aristóteles, pág. 633 de la edicion del Louvre: Entelexeïa esti, etc. No entiendo el griego, dixo el gigante. Ni yo tampoco, respondió el arador filosófico. ¿Pues á qué citais, replicó el Sirio, á ese Aristóteles en griego? Porque lo que uno no entiende, repuso el sabio, lo ha de citar en lengua que no sabe.
Tomó el hilo el cartesiano, y dixo: Es el alma un espíritu puro que en el vientre de su madre ha recibido todas las ideas metafísicas, y que así que sale de él se vé precisada á ir á la escuela, y aprender de nuevo lo que tan bien sabia y que nunca volverá á saber. Pues estás medrado, respondió el animal de ocho leguas, con que supiera tanto tu alma quando estabas en el vientre de tu madre, si habia de ser tan ignorante quando fueras tú hombre con barba. ¿Y qué entiendes por espíritu? ¿Qué es lo que me preguntais? dixo el discurridor, no tengo idea ninguna de él: dicen que lo que no es materia.—¿Y sabes lo que es materia? Eso sí,