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Ó EL OPTIMISMO.

mi Judío hizo un ajuste en virtud del qual la casa y yo habian de ser de ámbos de mancomun; el Judío se reservó los lúnes, los miércoles y los sábados, y el inquisidor los demas dias de la semana. Seis meses ha que subsiste este convenio, aunque no sin freqüentes contiendas, porque muchas veces han disputado sobre si la noche de sábado á domingo pertenecia á la ley antigua, ó á la ley de gracia. Yo empero á entrámbas leyes me lie resistido hasta ahora, y por este motivo pienso que me quieren tanto. Finalmente, por conjurar la plaga de los terremotos, y por poner miedo á Don Isacar, le plugo al Ilustrísimo señor inquisidor celebrar un auto de fe. Honróme convidándome á la fiesta; me diéron uno de los mejores asientos, y se sirviéron refrescos á las señoras en el intervalo de la misa y el suplicio de los ajusticiados. Confieso que estaba sobrecogida de horror de ver quemar á los dos Judíos, y al honrado Vizcayno casado con su comadre; pero ¡qué asombro, qué confusión y qué susto fué el mio quando vi con un sambenito y una coroza una cara parecida á la de Panglós! Estreguéme los ojos, miré con atencion, le vi ahorcar, y me tomó un desmayo. Apénas habia vuelto en mí, quando le vi á vm. desnudo de medio cuerpo: allí fué el cúmulo de mi horror, mi consternacion, mi desconsuelo, y mi desesperacion. Digo de verdad que la cútis de vm. es mas blanca y mas encarnada que la de mi capitan de Bul-