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Ó EL OPTIMISMO.

en una palabra, he visto tanto y he padecido tanto, que soy maniquéo. Cosas buenas hay, no obstante, replicó Candido. Podrá ser, decía Martin, mas no han llegado á mi noticia.

En esta disputa estaban quando se oyéron descargas de artillería. De uno en otro instante crecia el estruendo, y todos se armáron de un anteojo. Veíanse como á distancia de tres millas dos navios que combatían, y los traxo el viento tan cerca del navío francés á uno y á otro, que tuviéron el gusto de mirar el combate muy á su sabor. Al cabo uno de los navios descargó una andanada con tanto tino y acierto, y tan á flor de agua, que echó á pique á su contrario. Martin y Candido distinguiéron con mucha claridad en el combes de la nave que zozobraba unos cien hombres que todos alzaban las manos al cielo dando espantosos gritos; en un punto se los tragó á todos la mar.

Vea vm., dixo Martin, pues así se tratan los hombres unos á otros. Verdad es, dixo Candido, que anda aquí la mano del diablo. Diciendo esto, advirtió cierta cosa de un encarnado muy subido, que nadaba junto al navio; echáron la lancha para ver que era, y era uno de sus carneros. Mas se alegró Candido con haber recobrado este carnero, que lo que habia sentido la pérdida de ciento cargados todos de diamantes gruesos del Dorado.

En breve reconoció el capitán del navío francés que el del navío sumergidor era Español, y