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CANDIDO,

un enorme diamante, y habian advertido en su coche una caxa muy pesada, al punto se le acercáron dos doctores médicos que no habia mandado llamar, varios íntimos amigos que no se apartaban de él, y dos devotas mugeres que le hacian caldos. Decia Martin: Bien me acuerdo de haber estado yo malo en Paris, quando mi primer viage; pero era muy pobre, y así ni tuve amigos, ni devotas, ni médicos, y sané muy presto.

Las resultas fuéron que á poder de sangrías, recetas y médicos, se agravó la enfermedad de Candido. Al fin sanó; y miéntras estaba convaleciente, le visitáron muchos sugetos de trato fino, que cenaban con él. Habia juego fuerte, y Candido se pasmaba de que nunca le venian, buenos naypes; pero Martin no lo extrañaba.

Entre los que mas concurrian á su casa habia un cierto abate, que era de aquellos hombres diligentes, siempre listos para todo quanto les mandan, serviciales, entremetidos, halagüeños, descarados, buenos para todo, que atisban á los forasteros que llegan á la capital, les cuentan los sucesos mas escandalosos que acontecen, y les brindan con placeres á qualquier precio. Lo primero que hizo fué llevar á la comedia á Martin y á Candido. Representaban una tragedia nueva, y Candido se encontró al lado de unos quantos hypercríticos, lo qual no le quitó que llorase al ver algunas escenas representadas con la mayor perfeccion. Uno de los hypercríticos que