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CANDIDO,

me trae á cenar algunas veces el abate, que entiende perfectamente de tragedias y libros, y que ha compuesto una tragedia que silbáron, y un libro del qual un solo exemplar que me dedicó ha salido de la tienda de su librero. ¡Qué varon tan eminente! dixo Candido, es otro Panglós; y volviéndose hácia él le dixo: ¿Sin duda, Caballero, que es vm. de dictámen de que todo está perfectamente en el mundo físico y en el moral, y de que nada podia suceder de otra manera? ¡Yo, caballero! le respondió el docto; nada ménos que eso. Todo me parece que va al revés en nuestro pais, y que nadie sabe ni qual es su estado, ni qual su cargo, ni lo que hace, ni lo que debiera hacer; y que excepto la cena que es bastante jovial, y donde la gente está bastante acorde, todo el resto del tiempo se consume en impertinentes contiendas; de jansenistas con motinistas, de parlamentarios con eclesiásticos, de literatos con literatos, de palaciegos con palaciegos, de alcabaleros y diezmeros con el pueblo, de mugeres con maridos, y de parientes con parientes; por fin una guerra perdurable.

Replicóle Candido: Cosas peores he visto yo; pero un sabio que despues tuvo la desgracia de ser ahorcado, me enseñó que todas esas cosas son dechado de perfecciones, y sombras de una hermosa pintura. Ese ahorcado se reía de la gente, dixo Martin, y esas sombras sen manchas horrorosas, Los hombres son los que echan