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CANDIDO,

Pues yo fío lo contrario, dixo Martin, que con esos miles los hará vm. más infelices todavía. Sea lo que fuere, dixo Candido, un consuelo tengo, y es que á veces encuentra uno gentes que creía no encontrar nunca; y muy bien, podrá suceder que después de haber topado á mi carnero encarnado y á Paquita, me halle un dia de manos á boca con Cunegunda. Mucho deseo, dixo Martin, que sea para la mayor felicidad de vm.; pero se me hace muy cuesta arriba. Malas creederas tiene vm., respondió Candido. Consiste en que he vivido mucho, replicó Martin. ¿Pues no ve vm. esos gondoleros, dixo Candido, que no cesan de cantar? Pero no los ve vm. en su casa con sus mugeres y sus chiquillos, repuso Martin. Sus pesadumbres tiene el Dux, y los gondoleros las suyas. Verdad es que pesándolo todo, mas feliz suerte que la del Dux es la del gondolero; pero es tan poca la diferencia, que no merece la pena de un detenido exâmen. Me han hablado, dixo Candido, del senador Pococurante, que vive en ese suntuoso palacio situado sobre el Brenta, y que agasaja mucho á los forasteros; y dicen que es un hombre que nunca ha sabido qué cosa sea tener pesadumbre. Mucho diera por ver un ente tan raro, dixo Martin. Sin mas dilación mandó Candido á pedir licencia al señor Pococurante para hacerle una visita el dia siguiente.