liga que se parecia á la de la reyna; y para mayor desgracia, era azul dicha liga. El monarca solo pensó entónces en el modo de vengarse. Una noche se resolvió á dar un veneno á la reyna, y á enviar un lazo á Zadig al rayar del alba, y dió esta órden á un despiadado eunuco, executor de sus venganzas. Hallábase á la sazon en el aposento del rey un enanillo mudo, pero no sordo, que dexaban allí como un animalejo doméstico, y era testigo de los mas recónditos secretos. Era el tal mudo muy afecto á la reyna y á Zadig, y escuchó con no ménos asombro que horror dar la órden de matarlos ámbos. ¿Mas cómo haria para precaver la execucion de tan espantosa órden, que se iba á cumplir destro de pocas horas? No sabia escribir, pero sí pintar, y especialmente retratar al vivo los objetos. Una parte de la noche la pasó dibuxando lo que queria que supiera la reyna: representaba su dibuxo, en un rincon del quadro, al rey enfurecido dando órdenes á su eunuco; en otro rincon una cuerda azul y un vaso sobre una mesa, con unas ligas azules, y unas cintas pajizas; y en medio del quadro la reyna moribunda en brazos de sus damas, y á sus plantas Zadig ahorcado. Figuraba el horizonte el nacimiento del sol, como para denotar que esta horrenda catástrofe debia executarse al rayar de la aurora. Luego que hubo acabado, se fué corriendo al aposento de una dama de Astarte, la despertó, y le dixo por señas que
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