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ZADIG,

tan malos; pero confesad que el pecho no merece ser mirado. Diciendo esto, desabrochó el mas lindo seno que pudo formar naturaleza; un capullo de rosa sobre una bola de marfil parecia junto á él un poco de rubia que colora un palo de box, y la lana de los albos corderos que salen de la alberca era amarilla á su lado. Este pecho, dos ojos negros rasgados que suaves y muelles de amoroso fuego brillaban, las mexillas animadas en púrpura con la mas cándida leche mezclada, una nariz que no se semejaba á la torre del monte Libano, sus labios que así se parecian como dos hilos de coral que las mas bellas perlas de la mar de Arabia ensartaban; todo este conjunto en fin persuadió al viejo á que se habia vuelto á sus veinte años. Tartamudo declaró su amor; y viéndole Almona inflamado, le pidió el perdon de Zadig. ¡Ay! respondió él, hermosa dama, con toda mi ánima se le concediera, mas para nada valdria mi indulgencia, porque es menester que firmen otros tres de mis colegas. Firmad vos una por una, dixo Almona, Con mucho gusto, respondió el sacerdote, con la condicion de que sean vuestros favores premio de mi condescendencia. Mucho me honrais, replicó Almona; pero tomaos el trabajo de venir á mi quarto despues de puesto el sol, quando raye sobre el horizonte la luciente estrella de Scheat; en un sofá color de rosa me hallaréis, y haréis con vuestra sierva lo que fuere de vuestro agrado. Salió sin tar-