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dilla, y aun un poco más, las descubrió llenas de cardenales.

—Desta manera prosiguió—me ha parado aquel ingrato del Repolido, debiéndome más que a la madre que le parió. Y por qué pensáis que lo ha hecho? ¡Montas que le di yo ocasión para ello! No, por cierto; no lo hizo más sino porque estando jugando y perdiendo, me envió a pedir con Cabrillas, su trainel, treinta reales, y no le envié más de veinticuatro, que el trabajo y afán con que yo los había ganado, ruego yo a los cielos que vayan en descuento de mis pecados; y en pago desta cortesía y buena obra, creyendo él que yo le sisaba algo de la cuenta que él allá en su imaginación había hecho de lo que yo podía tener, esta mañana me sacó al campo, detrás de la güerta del Rey, y allí, entre unos olivares, me desnudó, y con la petrina, sin excusar ni recoger los hierros, que en malos grillos y hierros le vea yo, me dió tantos azotes, que me dejó por muerta; de la cual verdadera historia son buenos testigos estos cardenales que miráis.

Aquí torno a levantar las voces, aquí volvió a pedir justicia, y aquí se la prometió de nuevo Monipodio, y todos los bravos que allí estaban.

La Gananciosa tomó la mano a consolalla, diciéndole que ella diera de muy buena gana una de las mejores preseas que tenfa porque le hubiera pasado otro tanto con su querido.

—Porque quiero—dijo que sepas, hermana Cariharta, si no lo sabes, que a lo que se quiere -