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es lo que vuestra Majestad dice: confieso mi culpa, si lo es haber guardado este tesoro a que estuviese en la perfección que convenía para parecer ante los ojos de vuestra Majestad; y ahora que lo está, pensaba traerle mejorado, pidiendo licencia a vuestra Majestad para que Isabela fuese esposa de mi hijo Ricaredo, y daros, alta Majestad, en los dos todo cuanto puedo daros.

—Hasta el nombre me contenta—respondió la reina, no le faltaba más sino llamarse Isabela la española, para que no me quedase nada de perfección que desear en ella; pero advertid, Clotaldo, que sé que sin mi licencia la teníades prometida a vuestro hijo.

—Así es verdad, señora respondió Clotaldo—; pero fué en confianza que los muchos y relevados servicios que yo y mis pasados tenemos hechos a esta corona, alcanzarían de vuestra Majestad otras mercedes más dificultosas que las desta licencia: cuanto más que aún no está desposado mi hijo.

—Ni lo estará—dijo la reina con Isabela hasta que por sí mismo lo merezca; quiero decir, que no quiero que para esto le aprovechen vuestros servicios ni de sus pasados: él por sí mismo se ha de disponer a servirme, y a merecer por sí esta prenda, que yo la estimo como si fuese mi hija.

Apenas oyó esta última palabra Isabela, cuando se volvió a hincar de rodillas ante la reina, diciéndole en lengua castellana:

—Las desgracias que tales descuentos traen, se-