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ron en el alma de la Corregidora ser Preciosa su hija; y así, cogiéndola en sus brazos, se volvió con ella adonde el Corregidor y la gitana estaban.

Iba Preciosa confusa, que no sabía a qué efeto se habían hecho con ella aquellas diligencias, y más viéndose llevar en brazos de la Corregidora, y que le daba de un beso hasta ciento. Llegó, en fin, con la preciosa carga doña Guiomar a la presencia de su marido, y trasladándola de sus brazos a los del Corregidor, le dijo:

—Recebid, señor, a vuestra hija Costanza; que ésta es sin duda: no lo dudéis, señor, en ningún modo; que la señal de los dedos juntos y la del pecho he visto, y más, que a mí me lo está diciendo el alma desde el instante que mis ojos la vieron.

—No lo dudo—respondió el Corregido, teniendo en sus brazos a Preciosa—; que los mismos efetos han pasado por la mía que por la vuestra; y más, que tantas puntualidades juntas. ¿cómo podían suceder, si no fuera por milagro?

Toda la gente de casa andaba absorta, preguntando unos otros qué sería aquello, y todos daban bien lejos del blanco; que ¿ quién había de imaginar que la Gitanilla era hija de sus señores?

El Corregidor dijo a su mujer, y a su hija, y a la gitana vieja que aquel caso estuviese secreto hasta que él le descubriese; y asimismo dijo a la vieja que él la perdonaba el agravio que le había hecho en hurtarle el alma, pues la recompensa de habérsela vuelto mayores albricias merecía, y que