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sólo le pesaba de que sabiendo ella la calidad de Preciosa la hubiese desposado con un gitano, y más con un ladrón y homicida.

¡Ay!—dijo a esto Preciosa, señor mío, que ni es gitano ni ladrón, puesto que es matador!

Pero fuélo del que le quitó la honra, y no pudo hacer menos de mostrar quién era, y matarle.

—¿Cómo que no es gitano, hija mía?—dijo doña Guiomar.

Entonces la gitana vieja contó brevemente la historia de Andrés Caballero, y que era hijo de don Francisco de Cárcamo, caballero del hábito de Santiago, y que se llamaba don Juan de Cárcamo, asimismo del mismo hábito, cuyos vestidos ella tenía, cuando los mudó en los de gitano. Contó también el concierto que entre Preciosa y don Juan estaba hecho de aguardar dos años de aprobación para desposarse o no; puso en su punto la honestidad de entrambos y la agradable condición de don Juan. Tanto se admiraron desto como del hallazgo de su hija, y mandó el Corregidor a la gitana que fuese por los vestidos de don Juan. Ella lo hizo ansí, y volvió con otro gitano que los trujo.

En tanto que ella iba y volvía, hicieron sus padres a Preciosa cien mil preguntas, a quien respondió con tanta discreción y gracia, que aunque no la hubieran reconocido por hija, los enamorara.

Preguntáronla si tenía alguna afición a don Juan.

Respondió que no más de aquella que le obligaba a ser agradecida a quien se había querido humillar a ser gitano por ella; pero que ya no se ex-