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tendería a más el agradecimiento de aquello que sus señores padres quisiesen.

—Calla, hija Preciosa—dijo su padre—, (que este nombre de Preciosa quiero que se te quede, en memoria de tu pérdida y de tu hallazgo); que yo, como tu padre, tomo a cargo el ponerte en estado que no desdiga de quién eres.

Suspiró oyendo esto Preciosa, y su madre, como era discreta, entendió que suspiraba de enamorada de don Juan, y dijo a su marido:

—Señor, siendo tan principal don Juan de Cárcamo como lo es, y queriendo tanto a nuestra hija, no nos estaría mal dársela por esposa.

Y él respondió:

—Aun hoy la habemos hallado, y ya queréis que la perdamos? Gocémosla algún tiempo; que en casándola, no será nuestra, sino de su marido.

—Razón tenéis, señor—respondió ella—; pero dad orden de sacar a don Juan, que debe de estar en algún calabozo.

—Sí estará—dijo Preciosa—; que a un ladrón, matador y, sobre todo, gitano, no le habrán dado mejor estancia.

—Yo quiero ir a verle, como que le voy a tomar la confesión—respondió el Corregidor—, y de nuevo os encargo, señora, que nadie sepa esta historia hasta que yo lo quiera.

Y abrazando a Preciosa, fué luego a la cárcel y entró en el calabozo donde Juan estaba, y no quiso que nadie entrase con él. Hallóle con entrambos pies en un cepo, y con las esposas a las manos,