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como ella lo suplica; que como yo me despose con ella, iré contento a la otra vida, como parta désta con nombre de ser suyo.

— Mucho la debéis de querer!—dijo el Corregidor.

—Tanto respondió el preso, que a poderlo decir, no fuera nada. En efeto, señor Corregidor, mi causa se concluya; yo maté al que me quiso quitar la honra; yo adoro a esa gitana: moriré contento si muero en su gracia, y sé que no nos ha de faltar la de Dios, pues entrambos habremos guardado honestamente y con puntualidad lo que nos prometimos.

—Pues esta noche enviaré por vos—dijo el Corregidor, y en mi casa os desposaréis con Preciosita, y mañana a medio día estaréis en la horca; con lo que yo habré cumplido con lo que pide la justicia y con el deseo de entrambos.

Agradecióselo Andrés, y el Corregidor volvió a su casa y dió cuenta a su mujer de lo que con don Juan había pasado, y de otras cosas que pensaba hacer. En el tiempo que él faltó dió cuenta Preciosa a su madre de todo el discurso de su vida, y de como siempre había creído ser gitana, y ser nieta de aquells vieja; pero que siempre se había estimado en mucho más de lo que de ser gitana se esperaba.

Preguntóle su madre que le dijese la verdad, si quería bien a don Juan de Cárcamo. Ella, con vergüenza y con los ojos en el suelo, le dijo que por haberse considerado gitana, y que mejoraba su