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En efeto, Andrés salió a una sala donde estaban solamente doña Guiomar, el Corregidor, Preciosa y otros dos criados de casa. Pero cuando Preciosa vió a don Juan ceñido y aherrojado con tan gran cadena, descolorido el rostro y los ojos con muestra de haber llorado, se le cubrió el corazón, y se arrimó al brazo de su madre, que junto a ella estaba, la cual, abrazándola consigo, le dijo:

—Vuelve en ti, niña; que todo lo que vees ha de redundar en tu gusto y provecho.

Ella, que estaba ignorante de aquello, no sabía cómo consolarse, y la gitana vieja estaba turbada, y los circunstantes, colgados del fin de aquel caso. El Corregidor dijo:

—Señor Tiniente cura, este gitano y esta gitana son los que vuesa merced ha de desposar.

—Eso no podré yo hacer si no preceden primero ¹a circunstancias que para tal caso se requieren ¿Dónde se han hecho las amonestaciones? ¿Adónde está la licencia de mi superior, para que con ella se haga el desposorio?

—Inadvertencia ha sido mía—respondió el Corregidor; pero yo haré que el Vicario la dé.

—Pues hasta que la vea—respondió el Tiniente cura, estos señores perdonen.

Y sin replicar más palabras, porque no sucediese algún escándalo, se salió de casa, y los dejó a todos confusos.

—El padre ha hecho muy bien—dijo a esta sazón el Corregidor—, y podría ser fuese providencia del cielo ésta, para que el suplicio de Andrés