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razón y buen discurso). En esto salió de un pabellón o tienda, de cuatro que estaban en aquella campaña puesta, un turco mancebo de muy buena disposición y gallardía, y llegándose al cristiano le dijo:

—Apostaría yo, Ricardo amigo, que te traen por estos lugares tus continuos pensamientos.

—Sí traen—respondió Ricardo, que este era el nombre del cautivo—; mas ¿qué aprovecha si en ringuna parte a do voy hallo tregua ni descanso en ellos, antes me los han acrecentado estas ruinas que desde aquí se descubren?

—Por las de Nicosia dirás—dijo el turco.

—Pues por cuáles quieres que lo diga—repitió Ricardo, sino hay otras que a los ojos por aquí se ofrezcan?

—Bien tendrás que llorar—repitió el turco—, si en esas contemplaciones entras; porque los que vieron habrá dos años a esta nombrada y rica isla de Chipre en su tranquilidad y sosiego, gozando sus moradores en ella de todo aquello que la felicidad humana puede conceder a los hombres, y ahora los ven, o contemplan o desterrados della, o en ella cautivos y miserables, ¿cómo podrán dejar de no dolerse de su calamidad y desventura? Pero dejemos estas cosas, pues no llevan remedio, y vengamos a las tuyas, que quiero ver si le tienen; y así te ruego por lo que debes a la buena voluntad que te he mostrado y por lo que te obliga el ser entrambos de una misma patria, y habernos criado en nuestra niñiez