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cho que le aseguró salir con lo que deseaba, y teniendo por cierto cada cual su designio, vinieron con facilidad en lo que el cadí quiso, y de consentimiento y voluntad de los dos, se la entregaron luego, y luego pagaron al judío cada uno dos mil doblas: dijo el judío que no la había de dar con los vestidos que tenía, porque valían otras dos mil doblas; y así era la verdad, a causa que en los cabellos (que parte por las espaldas sueltos traía, y parte atados y enlazados por la frente) se parecían algunas hileras de perlas que con extremada gracia se enredaban con ellos: las matillas de los pies y manos asimismo venían llenas de gruesas perlas; el vestido era una almalafa de raso verde, toda bordada y llena de trencillas de oro: en fin, les pareció a todos que el ju dío andavo corto en el precio que pidió por el vestido, y el cadí, por no mostrarse menos liberal que los dos bajáes, dijo que él quería pagarle, porque de aquella manera se presentase al Gran Señor la cristiana: tuviéronio por bien los dos competidores, creyendo cada uno que todo había de venir a su poder.

Falta ahora por decir lo que sintió Ricardo de ver andar en almoneda su alma, y los pensamientos que en aquel punto le vinieron, y los temores que le sobresaltaron viendo que el haber hallado a su querida prenda era para más perderla: no sabía darse a entender si estaba dormiendo r despierto, no dando crédito a sus mismos ojos de lo que vefan; porque le parecía cosa imposi-