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ble ver tan impensadamente delante dellos a la que pensaba que para siempre los había cerrado; llegóse en esto a su amigo Mahamat, y dijole:

—¿No la conoces, amigo?

—No la conozco—dijo Mahamut.

—Pues has de saber—replicó Ricardo que es Leonisa.

¿Qué es lo que dices, Ricardo?—dijo Mahamut.

—Lo que has oído—dijo Ricardo.

—Pues calla y no la descubras—dijo Mahamut, que la ventura va ordenando que la tengas buena y próspera, porque ella va a poder de mi amo.

—Parécete—dijo Ricardo—que será bien ponerme en parte donde pueda ser visto?

—No—dijo Mahamut—, porque no la sobresaltese te sobresaltes, y no vengas a dar indicio de que la conoces ni que la has visto; que podría ser que redundase en perjuicio de mi designio.

—Seguiré tu parecer—respondió Ricardo.

Y así anduvo huyendo de que sus ojos se encontrasen con los de Leonisa, la cual tenía los suyos en tanto que esto pasaba clavados en el suelo, derramando algunas lágrimas. Llegóse el cadí a ella, y asiéndola de la mano se la entregó a Mahamut; mandándole que la llevase a la ciudad y la entregase a su señora Halima, y le dijese la tratase como esclava del Gran Señor; hízolo así Mahamut, y dejó solo a Ricardo, que con los ojos fué siguiendo a su estrella hasta