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los ojos de toda aquella infinita multitud que los miraba. En llegando a tierra hicieron como los demás, besándoda postrados por el suelo.

En esto llegó a ellos el capitán y gobernador de la ciudad, que bien conoció que eran los principales de todos; mas apenas hubo llegado, cuando conoció a Ricardo, y corrió con los brazos abiertos y con señales de grandísimo contento a abrazarle. Llegaron con el gobernador Cornelio y su padre, y los de Leonisa con todos sus parientes, y los de Ricardo, que todos eran los más principales de la ciudad; abrazó Ricardo al gobernador, y respondió a todos los parabienes que le daban; trabó de la mano a Cornelio (el cual como le conoció y se vió asido dél perdió la color del rostro, y easi comenzó a temblar de miedo), y teniendo asimismo de la mano a Leonisa, dijo:

—Por cortesía os ruego, señores, que antes que entremos en la ciudad y en el templo a dar las debidas gracias a nuestro Señor de las grandes mercedes que en nuestra desgracia nos ha hecho, me escuchéis ciertas razones que deciros quiero.

A lo cual el gobernador respondió que dijese lo que quisiese, que todos le escucharían con gusto y con silencio, Rodeáronle luego todos los más de principales, y él alzando un poco la voz, dijo desta manera:

—Bien se os debe acordar, señores, de la desgracia que algunos meses ha en el jardín de las Salinas me sucedió con la pérdida de Leonisa:

también no se os habrá caído de la memoria la