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hacienda en rescate, y le di mi alma en mis deseos: di traza en su libertad y aventuré por ella más que por la mía la vida, y todos estos que en otro sujeto más agradecido pudieran ser cargos de algún momento, no quiero yo que lo sean; sólo quiero lo sea éste en que te pongo ahora.

Y diciendo esto, alzó la mano y con honesto comedimiento quitó el antifaz del rostro de Leonisa, que fué como quitarse la nube que tal vez cubre la hermosa claridad del sol, y prosiguió diciendo:

—Ves aquí, oh, Cornelio, te entrego la prenda que tú debes de estimar sobre todas las cosas que son dignas de estimarse; y ves aquí tú, hermosa Leonisa, te doy al que tú siempre has tenido en la memoria: ésta sí quiero que se tenga por liberalidad; en cuya comparación dar la hacienda, la vida y la honra no es nada; recíbela, oh, venturoso mancebo, recíbela, y si llega tu conocimiento 2 tanto que llegue a conocer valor tan grande, estímate por el más venturoso de la tierra: con ella te daré asimismo todo cuanto me tocare de parte en lo que a todos el cielo nos ha dado, que bien creo que pasará de treinta mil escudos: de todo puedes gozar a tu sabor con libertad, y quietud y descanso; y plega al cielo que sea por luengos y felices años: yo sin ventura, pues quedo sin Leonisa, gusto de quedar pobre, que a quien Leonisa le falta, la vida le sobra.

Y en diciendo esto calló, como si al paladar se hubiera pegado la lengua; pero desde allí a un poco, antes que ninguno hablase, dijo: