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Y¿sabes tú leer, hija?—dijo uno.

—Y ascribir—respondió la vieja—; que a mi nieta hela criado yo como si fuera hija de un letrado.

Abrió el caballero el papel, y vió que venía dentre dél un escudo de oro, y dijo:

—En verdad, Preciosa, que trae esta carta el porte dentro: toma este escudo que en el romance viene.

—Basta—dijo Preciosa—, que me ha tratado de pobre el poeta. Pues cierto que es más milagro darme a mí un poeta un escudo que yo recebirle: si con esta añadidura han de venir sus romances, traslade todo el Romancero general, y envíemelo uno a uno; que yo les tentaré el pulso, si vinieren duros, seré yo blanda en recebillos.

Admirados quedaron los que oían a la Gitanica, así de su discreción como del donaire con que hablaba.

—Lea, señor—dijo ella—, y lea alto; veremos si es tan discreto ese poeta como es liberal.

Y el caballero leyó así:

—"Gitanica, que de hermosa te pueden dar parabienes:

por lo que de piedra tienes te llama el mundo Preciosa.

Desta verdad me asegura esto, como en ti verás; que no se apartan jamás la esquiveza y la hermosura.