cias, no ha sido nunca cometido en París—si es verdad que ha habido asesinato en este caso. La Policía, enteramente á oscuras—es un incidente sin ejemplo. No hay ni la sombra de una huella.»
La edición de la noche establecía que continuaba en el barrio San Roque la más grande excitación; que el teatro del crimen había sido examinado otra vez, y que los testigos habían sido interrogados de nuevo, pero todo esto sin éxito. Un post scriptum, sin embargo, anunciaba que Adolfo Le Bon había sido encarcelado — aunque nada aparecía en él, como sospechoso, fuera de los hechos ya detallados.
Dupin parecia singularmente interesado en el progreso de este asunto — al menos, juzgaba yo eso de su aspecto—porque no hacía comentarios. Fué solamente después del anuncio de la prisión de Le Bon, que me pidió mi parecer, respecto a los asesinatos.
Yo estaba acorde con todo Paris en considerarlos como un insoluble misterio. No veía medio por el que fuera posible seguir la pista á los asesinos.
— No debemos juzgar de los medios, dijo Dupin, por esta apariencia de indagación. La Policia parisiense, tan alabada por su penetración, es astuta, pero nada más. No hay método en sus procedimientos, excepto el método del momento. Hace una vasta ostentación de medidas; y frecuentemente son tan bien adaptadas al objeto propuesto, que traen á la memoria á Mr. Jourdain pidiendo su robe de chambre, para oir mejor la música.
«Los resultados alcanzados por ellas, son frecuentemente sorprendentes, pero por la mayor parte, son