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LOS CRÍMENES DE LA CALLE MORGUE

efecto, de la simple diligencia y de la actividad. Cuando estas cualidades son infructuosas, sus planes se frustran.

«Vidocq, por ejemplo, era un buen conjeturador y un hombre perseverante. Pero faltándole instrucción, se engañaba continuamente por la demasiada intensidad de sus investigaciones. Perjudicaba su visión, contemplando el objeto de muy cerca. Podía ver, quizá, uno o dos puntos con sin igual claridad, pero procediendo así, necesariamente, no podía considerar el asunto como un todo. De manera que hay algo que puede llamarse ser demasiado profundo. La verdad no está siempre en un pozo. Los más importantes datos se hallan invariablemente en la superficie. La profundidad reside en los valles donde la buscamos, y no es sobre la cúspide de la montaña donde se la encuentra. Los modos y fuentes de esta clase de error, están muy bien retratados en la contemplación de los cuerpos celestes. Arrojar una ojeada sobre una estrella — contemplarla de lado, tornando hacia ella las porciones exteriores de la retina (más susceptibles que las interiores, á las débiles impresiones de la luz) es ver la estrella distintamente — es tener la mejor apreciación de su brillo — un brillo que disminuye justamente en proporción que la miramos más de lleno. Un gran número de rayos caen sobre el ojo en el último caso; pero en el primero, hay la más refinada aptitud para la percepción. Por una exagerada profundidad hacemos perplejo y débil nuestro pensamiento; y es posible hasta hacer desaparecer á Venus misma, del cielo, por un examen demasiado sostenido, demasiado concentrado o demasiado directo.

«Así, en cuanto a estos asesinatos, hagamos algu-